Saturday, May 06, 2006

Perseguir un sueño -Ilustrado-



Cuentan los que cuentan cuentos que hace más que mucho tiempo hubo, a este lado de los sueños, un príncipe encantado llamado Sarleff el errante. Fue Korockandell, el brujo negro, quien sin motivo –pues los seres realmente malvados no necesitan motivos para hacer el mal– se presentó en la corte donde el noble príncipe Sarleff aprendía el difícil arte de ser soberano.







Allí el hechicero enarboló su cayado de madera negra y maldijo al príncipe por el mero placer de hacerlo:


lo condenó a no dejar de vagar nunca por el mundo hasta que encontrara a su verdadero y único amor, prohibiéndole detenerse más de un día en un mismo lugar y dormir dos veces bajo un mismo techo. No debía parar en su búsqueda hasta que encontrara a la única mujer del mundo que estaba destinada a él como él estaba destinado a ella, pues el amor de los hombres, como el camino de las estrellas, está escrito en los cielos.

Y el príncipe ensilló su mejor caballo, vistió sus mejores galas y se puso en marcha pensando: "Extraña maldición es ésta que me condena a buscar la mejor recompensa que anhelar pudiera."

Pero la maldad del mago oscuro era mucho más retorcida de lo que nadie podía pensar. Leyendo las marcas en el cielo encontró a la mujer que estaba destinada a ser el único amor del príncipe. Se llamaba Aura y su belleza y su porte sólo rivalizaban con su fuerza e inteligencia. Y sin ningún motivo –por lo que ya he señalado antes– maldijo también a la mujer a vagar por la tierra hasta que encontrara a su único y verdadero amor –que era, claro está, el príncipe Sarleff–, y de tal forma lanzó su maldición que pasara lo que pasara siempre iba a separar una jornada de viaje a ambos amantes, de tal forma lo hizo que ella siempre estaría

a su espalda y él siempre delante, buscando Aura un día después de donde Sarleff buscara, persiguiéndose sin nunca encontrarse porque ésa era la verdadera maldición de Korockandell, porque ése era el verdadero alcance de su maldad.



Durante cincuenta años se buscaron por las tierras de los sueños. Atravesaron uno

en pos del otro todos los caminos –y son muchos– que llenan los mundos –que son más–, atravesaron lugares que no aparecían en ningún mapa y descubrieron mapas de lugares que no existían. Bajaron y subieron cientos de montañas y vadearon todos los ríos que encontraron en su camino. Y siempre permanecía igual la distancia que los separaba, siempre un día entre Aura y Sarleff. No importaba lo que el uno avanzara pues la otra avanzaba lo mismo tras él. Llegaron hasta el confín del mundo y hasta el confín de los confines. Durante cincuenta años buscó Sarleff el errante sin saber que el objetivo de su búsqueda iba tras él.



Vivieron más aventuras de las que mil libros podrían narrar y, aunque siempre salieron triunfantes, el no encontrarse los desesperaba y enloquecía. Durante cincuenta años recorrieron tierras de ensueño y pesadilla, durante cincuenta años, con la única fuerza y guía de su amor, se buscaron inútilmente ante el regocijo de Korockandell que, desde su negra guarida, contemplaba los frutos de su maldad.




Y finalmente no fue Aura la dama que dio con Sarleff sino otra mucho más pálida y escuálida; la vieja muerte le dio alcance en un cruce de caminos y le hizo detenerse pues había venido a llevarse su alma. El anciano príncipe errante la vio acercarse y, conteniendo un suspiro, descabalgó de su

caballo.

La parca, antes de hundir el filo de su guadaña en la luz de plata que era el alma del príncipe, le preguntó:

"¿Has cumplido tus objetivos?"

"Perseguí el amor durante toda mi vida y no lo supe o no lo pude hallar. No, no he cumplido mi objetivo pero muero feliz porque estoy seguro de que hay vidas peores que perseguir un sueño"

"Las hay" replicó la muerte. Y se lo llevó.











Aura por fin encontró a su amado, lo halló muerto en la encrucijada y, aunque nunca lo había visto, supo con la misma certeza con la que pisaba su sombra, que ese anciano muerto era a quien tanto había buscado. Fue tal la impresión de hallarlo que su corazón dio un vuelco y sucumbió. Quedó Aura postrada en el suelo de tierra de la encrucijada, sintiendo como la vida se le iba escapando con cada latido de su corazón.


Tuvo fuerzas aun para arrastrarse hasta el cadáver de Sarleff y tomarle entre sus brazos, mecerlo como a un niño y depositar un suave beso sobre su pálida frente.


Fue entonces cuando Aura sintió unos pasos a su espalda y girándose, convencida de que era la muerte la que se aproximaba, se encontró con la maléfica silueta de Korockandell que, con los brazos cruzados, los observaba.

"Vengo a contemplar mi triunfo" explicó llanamente el mago.

Aura le respondió con una alegre carcajada.

"¡Tu triunfo, débil y patética criatura! ¿Qué triunfo vienes a contemplar aquí sino es el nuestro? ¿Qué amor en este u otro mundo podrá soñar nunca con superarnos, corazón negro, a nosotros que, sin habernos conocido, nos hemos perseguido y amado hasta la misma muerte? ¿Donde está tu victoria, engendro?"

Y Aura murió abrazada al cuerpo de su amado, con la sonrisa de la victoria llenando de juventud y fuerza su ajado rostro.

Y Korockandell el oscuro sin arrepentirse de nada

–pues los verdaderamente malvados no tienen conciencia y aunque quisieran arrepentirse no pueden– sonrió y, dando una palmada, desapareció.





Relato ilustrado por Manuel, Elena, Fernando, J.Manuel, Manuel l.,Alberto, Paula, Paula Ruiz de 6º de primaria del colegio Atalaya de Santander.

2 Comments:

Blogger Marc R. Soto said...

jo, qué guapo...

2:30 AM  
Blogger Cotrina said...

Está chulísimo, sí :)

9:06 AM  

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