Thursday, November 15, 2007

Luna de locos

Prólogo.

Comienzo a escribir esto el día siete de junio del año 331. Me es difícil concebir que haya alguien en todo el Sistema Aurora que ignore lo ocurrido en Nabucco hace menos de un año. Pero no cometeré el error de pensar que mis palabras están ancladas en el tiempo. Aunque pueda precisar claramente el momento en el que empiezo a escribir (Son las veinte treinta, martes, a través de la escotilla de mi camarote veo el baile lento de tres cruceros), me resulta imposible saber cuándo vas a leerlas tú. Por eso, actuaré como si desconocieras los hechos y comenzaré revelándotelos. No quiero que te adentres a ciegas en esta historia. No quiero que los acontecimientos eclipsen en ningún momento a sus protagonistas, porque ellos son lo verdaderamente importante.

Esta es la historia de tres hombres condenados a trabajar en el inmenso desguace situado en el polo norte de la luna conocida como Nabucco. Ellos eran la única presencia humana allí. El destino, la casualidad o el perverso sentido del humor de los dioses, hizo que una reliquia de gran valor para el imperio Orestes acabara en Nabucco: las cenizas del comandante Gala, el mayor de los siete hermanos que dirigían desde hacía diez años los designios del Sistema Aurora. Dado el exagerado culto a la personalidad que profesan los Orestes, se intentó recuperar de inmediato la urna. Los tres presidiarios se negaron a entregarla. Por tres veces el imperio intentó hacerse con ella y por tres veces fracasó. Tres ancianos dementes pusieron en jaque a la maquinaria militar de los Orestes, la misma que había doblegado una década antes a todo el Sistema Aurora. Finalmente, cayeron derrotados en el cuarto intento. Las cenizas de Gala nunca se recuperaron.

Esa es la historia.

Y no debería ser yo quién la cuente. Hay algo obsceno en ello. Porque fui yo quien mató a los tres presos. Yo terminé con Constanza, Garibaldi y Drago en Nabucco. Cumplía órdenes, pero eso no cambia nada. Los maté a los tres, sin piedad alguna. Esto debería ser un canto a su memoria, no un insulto a sus espíritus.

—Tú les diste muerte —me contestó el comandante Estuardo cuando le expuse por enésima vez mis reticencias—. Por lo tanto, es tu responsabilidad darles vida de nuevo.

—¿Es una orden? —pregunté entonces.

Lo era. Por eso no me queda más remedio que escribir esta historia, como no me quedó más remedio que matar a sus protagonistas. Siempre cumplo las órdenes que me dan, me gusten o no.

Uno

Pero gracias a los dioses no estoy solo en este empeño. Una voz me acompañará de aquí en adelante: la de uno de los propios presos, Vladimir Constanza. Yo lo maté, pero sus escritos siguen vivos.

Vladimir Constanza comenzó a escribir poco después de su llegada a Nabucco. Lo que al principio fue un hecho puntual y esporádico, no tardó en convertirse en un verdadero rito, algo que se podría definir como una auténtica compulsión. Existen grabaciones de las cámaras de vigilancia en las que le vemos escribir durante horas y horas, sentado al escritorio de su cubículo, sin levantar la vista del papel, sin dudar un instante o detenerse a corregir lo escrito, absorto en la tarea de llenar hojas y más hojas con su letra inclinada y menuda.

Constanza escribía sobre una infinidad de temas. Hablaba del día a día en Nabucco, de las tareas cotidianas a las que se dedicaban los tres presos, de sus compañeros y sus extravagancias; dejaba constancia de los recuerdos de su vida en Rulsaka y en la prisión de Arrabal; también salpicaban sus escritos los pensamientos más inconexos, sus páginas recogen esbozos de filosofías absurdas, poesías surrealistas, dibujos horripilantes y más de tres mil relatos. Él es siempre el protagonista en todos ellos, viviendo vidas y situaciones completamente diferentes a las que le habían condenado a Nabucco. En el más extenso de todos ellos, se retrata como un científico que da con la clave de la inmortalidad en el genoma humano y que es asesinado por sus compañeros de laboratorio para que no revele su descubrimiento. Piensan que no puede haber nada más terrible para la creación que un ser humano eterno.

Durante veintinueve años, Constanza no faltó a su cita con sus cuadernos y diarios ni en una sola ocasión. A veces la entrada de la jornada se reducía a una sola frase, otras eran decenas de páginas cuya escritura le exigía casi todo su tiempo libre. Sus escritos están compuestos en su mayoría por una increíble diversidad de cuadernos, de todos los tamaños, formas y colores, encontrados a lo largo de tres décadas en las naves desguazadas de Nabucco, pero también escribía en papel higiénico, en el dorso de los informes, en albaranes, en memorándums, en los márgenes de los libros..., en todo lo que tuviera a mano.

La última entrada la escribió sobre la frente del cadáver de uno de sus compañeros. Era una simple pregunta:

“¿Qué sentido tiene todo esto?”

Dos

Vladimir fue trasladado a Nabucco en el año 300. Había permanecido durante diecisiete años en la prisión de Arrabal, donde estaba condenado a cadena perpetua por su participación en las revueltas de Rusalka. Durante dos días, las bandas juveniles de los suburbios se hicieron con el control de buena parte de la ciudad, masacrando a sus habitantes en una orgia de sangre y destrucción liderada por un enano deforme llamado Melville. Aunque no hubo pruebas de que Constanza participara en las matanzas indiscriminadas, sí se pudo demostrar -de forma categórica- que había formado parte de la horda de jóvenes que se habían enfrentado al ejército cuando trataba de sofocar el levantamiento. Diecisiete años después, una computadora escogió al azar su nombre de entre todos los candidatos seleccionables para ocupar el puesto que había quedado libre en Nabucco.

Esta es la primera entrada de su diario:

10-07-300

COMIENZO A escribir este diario en Nabucco, el diez de julio del año 300. Llevo tres meses en esta luna y todavía me cuesta asumir que jamás saldré de aquí. Nunca más habrá cielos azules para el estúpido de Vladimir Constanza, ni días luminosos, ni aire fresco en la cara. Moriré en Nabucco, aunque antes de eso, me volveré loco. Es algo irremediable en este lugar. Son los vapores, el ruido, la radiación, la mezcla de todo eso, o qué se yo... Sea como sea, Nabucco enloquece a los hombres, a todos sin excepción. Y esa es una de las razones que me llevan a escribir este diario. Según James, el único modo de retrasar la locura es obsesionarte hasta la locura con algo. No tiene sentido, por supuesto. Pero es que James está loco.

No me engaño: merezco estar aquí. Eso es algo que sí he podido asumir, he tenido muchos años para hacerlo. También es cierto que la mala suerte se cebó conmigo. Las cosas hubieran sido diferentes de no ser por la cámara que me enfocó en el momento menos oportuno.

Nací hace treinta y nueve años en Rusalka, la quinta luna de Armida, en el seno de una familia humilde pero digna. Mi padre murió al poco de nacer yo y mi madre fue incapaz de domarme, a los quince años vivía en las calles y era adicto a tres drogas diferentes. A los dieciocho me uní a una de las muchas bandas de delincuentes que pululaban por la periferia de Rusalka. Quería divertirme y las bandas ofrecían una buena oportunidad para ello. Sexo, drogas y violencia, ¿quién podría resistirse a tan mágico cóctel? Vladimir Constanza no, desde luego. Robábamos en los suburbios, vivíamos enganchados a todo lo que merecía la pena engancharse y no creíamos en nada más que en nosotros mismos.

Hasta que llegó Melville, el grotesco enano salido de dios sabe dónde, que unificó bajo su mando a todas las bandas de Rusalka e hizo de su credo el nuestro. Nos reuníamos en pabellones repletos de vapores alucinógenos para escucharle. Melville era una criatura de ojos grandes y labios hinchados, de apenas un metro de alto, con los brazos atrofiados, las piernas torcidas y una cabeza tan deforme que parecía encasquetada a su cuerpo a martillazos. La malformidad y las mutaciones eran frecuentes en los descendientes de los que viajaron en los departamentos cercanos a los motores de las naves que nos sacaron del Sistema Solar, la radiación causó estragos en sus genes y Melville era una buena prueba de ello. Era una criatura horrible, un engendro que por algún capricho del destino había sido dotado con una capacidad de liderazgo y un carisma mayúsculos. A pesar de su talla, Melville era un gigante. Y un psicópata.

—¡Qué nuestra existencia signifique algo! ¡Qué merezca la pena! —exclamaba desde su atril. Sus diatribas podían durar horas—: ¡Mirad a vuestro alrededor! ¡Trescientos años después de nuestra llegada a este sistema nuestros mundos ya hieden! ¡Caminamos por el fango y respiramos aire contaminado mientras en las grandes ciudades nadan en la abundancia! ¡Queríamos una nueva utopía y lo que tenemos ahora es el mismo horror que dejamos atrás! ¡Basta! ¡Yo digo basta!, ¿qué dioses o qué destino pervierten a la humanidad para que el poder siempre acabe en las manos de locos irresponsables? ¡Enseñemos los dientes a la civilización! ¡Démosles lo que se merecen!

Melville se veía a sí mismo como el caudillo de una tribu bárbara que hostigara a un caduco y perverso imperio. Sus ideas eran incendiaras, su carácter impetuoso. No es por tanto de extrañar que nuestras incursiones se fueran haciendo cada vez más violentas. Yo no quería revolución. No quería sangre en mis manos. Tan solo quería divertirme, lo juro. Y eso quizá me hace aún peor que el resto de los seguidores de Melville. Al menos a ellos les movía algo, creían en el mensaje intrínseco de los delirios de su líder (cambia el mundo, deja huella, haz que merezca la pena…), aunque éste lo hubiera retorcido hasta convertirlo en una parodia. Yo simplemente me dejé arrastrar. Quizá debería obviar mi participación en los acontecimientos sangrientos que fueron el clímax de aquel movimiento de Melville, pero ¿qué clase de persona sería si mintiera en mi propio diario? Puede que no participara en las incursiones, ni en las matanzas de familias en los suburbios, pero no abandoné cuando supe lo que Melville estaba haciendo, y luché como el que más cuando el ejército nos aplastó.

No soy un buen hombre. Tomé un camino equivocado, eso es innegable. Tras la derrota, me cargaron de cadenas y me metieron de por vida en la cárcel de Arrabal. La diversión terminó para mí. Tenía veintidós años. No se me pudo implicar en los asesinatos a sangre fría que cometieron Melville y los suyos, pero entre las grabaciones que se presentaron en el juicio había varias en las que se me veía luchando denodadamente contra el ejército. En una de ellas en concreto se observa como un Vladimir Constanza, transmutado en un demonio psicótico y homicida (y ciego de drogas, debo añadir), embosca a una nave de transporte con un lanzallamas y calcina a sus dieciocho ocupantes sin parar de reírse a carcajadas. Las imágenes son impactantes. Se me ve en primer plano durante cerca de dos minutos, el rostro retorcido en una mueca de furia inhumana iluminada por las llamas que escupe el aparato que tengo entre manos. Esa imagen dio la vuelta al Sistema Aurora. Se convirtió en un símbolo de la atrocidad y el salvajismo de aquellos días y me convirtió a mí en enemigo público número uno. Con el tiempo, muchos de los jóvenes que participaron en la revuelta fueron reconvertidos en sujetos útiles para la sociedad, uno de mis amigos de aquel entonces, por ejemplo, es ahora abogado en Medea. Pero yo estaba condenado. ¿Cómo podía haber clemencia para aquel despreciable asesino? Esas imágenes y otras inspiradas en ellas son ahora portada de discos y películas, carteles, anuncios… Me convertí en referente. Da vértigo pensarlo, pero me he convertido en parte de la memoria colectiva. Mi imagen es sinónimo de la barbarie y la crueldad. He logrado más de lo que Melville pudo conseguir. A él lo mató un obús. Yo salgo en camisetas.

Cambia el mundo. Deja huella. Haz que merezca la pena…

Tres

Nabucco es un gigantesco cementerio de naves espaciales. El desguace en sí ocupa mil quinientos kilómetros cuadrados y está situado en el polo norte de la luna. No voy a intentar describirlo, Constanza lo hace mejor que yo, solo diré que es impresionante. Allí van a parar todas las naves averiadas sin esperanza de reparación y las que han dejado atrás su vida útil. En Nabucco son desmanteladas minuciosamente por un ejército de androides; todo lo susceptible de ser reutilizado es arrancado sin piedad y almacenado para su posterior envío a los astilleros de todo el sistema. La presencia del hombre en la luna no es meramente testimonial, como puede parecer en un principio. La capacidad de raciocinio de los androides es limitada y es necesaria la presencia humana para controlar las operaciones, más si cabe si tenemos en cuenta que dadas las condiciones de Nabucco es imposible monitorizar el proceso a distancia.

El desguace fue inaugurado en el año 89 y en un primer momento el contingente humano destinado a las tareas de mantenimiento y supervisión era personal libremente contratado; la plantilla estaba formada por veinticinco personas y se producían rotaciones completas de la misma cada cuatro meses. Esto fue así durante casi treinta años, hasta que alguien se percató de que el índice de mortalidad entre los operarios distaba mucho de ser normal y que además iba en crescendo a medida que transcurrían los años. En tres décadas habían muerto veintiséis personas y enfermado de gravedad otras cuarenta, un número demasiado alto como para achacarlo a la casualidad o a la mala fortuna. Después de arduas investigaciones y un sinfín de reuniones e informes se confirmó lo evidente: las medidas de seguridad que se habían tomado para proteger al personal de Nabucco de la radiación y los gases nocivos procedentes de las naves, estaban lejos de ser las correctas; al parecer los diseñadores de la planta habían subestimado la cantidad de residuos que se iba a producir en el proceso de desmantelamiento de las naves. El estudio también indicaba el gran desembolso económico que representaría reformar Nabucco: haría falta tanto dinero que era más razonable demolerlo todo y construir un nuevo cementerio en otro lugar. En el informe también se apuntaban otras alternativas para mantener Nabucco en marcha y una de ellas fue la finalmente aceptada: destinar presos condenados a muerte o a cadena perpetua al desguace. Las prisiones del sistema estaban hacinadas y los presos matarían, literalmente, por una promesa de libertad, aunque fuera la promesa falsa que representaba Nabucco.

Hicieron falta otros setenta y cinco años y quinientos fallecimientos más, para que varias agrupaciones pro derechos humanos pusieran el grito en el cielo ante lo que calificaron como “exterminio sistemático de presos”. La esperanza de vida media de los reclusos destinados a Nabucco era de apenas tres años. De nuevo se estudió la situación, de nuevo grandes cabezas pensantes orbitaron alrededor de la luna y se devanaron los sesos en busca de una solución. Esta vez se llegó a la conclusión de que resultaba mucho más barato intentar mantener con vida a los presos a base de productos químicos que renovar los sistemas de seguridad. De hecho, varias empresas farmacéuticas vieron Nabucco como una oportunidad de oro para probar sus medicamentos en cobayas humanas.

La esperanza de vida de los empleados forzosos de Nabucco se fue prolongando poco a poco hasta equipararse con la de resto de habitantes del sistema. En más de cuarenta años el único fallecimiento que se produjo en la luna fue el del preso a quien reemplazó Constanza. Y no fue Nabucco quien terminó con él, fue su propia locura la que le llevó a salir de los túneles de seguridad sin protección alguna. Los avances médicos podían mantener con vida a los trabajadores del desguace, pero nada podían hacer por salvaguardar su cordura. No había antidepresivo, inhibidor, tranquilizante ni píldora mágica capaz de evitar el desorden mental de aquellos hombres. Todos, absolutamente todos, terminaban locos.

12-07-300

EN MIS sueños todavía se me presenta la imagen de Nabucco tal y como la vi por primera vez, desde los cristales sucios de la carlinga de la nave de descenso.

En primera instancia, Fedora, el planeta helado alrededor del que gira Nabucco, ocupó buena parte de mi campo de visión. Luego, de pronto, una porción de la esfera comenzó a inflarse y de ella se desgajó la pequeña luna. Fue como si de aquel planeta muerto hubiera brotado un nuevo astro, una perla calidoscópica engarzada en la noche inmensa, cuajada de tormentas y torbellinos multicolores. La nave traqueteó mientras enfilaba la luna de Fedora. La entrada en atmósfera fue brutal. Mis dientes castañetearon tanto que se me saltó un pedazo de colmillo. El fuselaje crujía y temblaba de modo amenazador, parecía imposible que la nave pudiera resistir tanta tensión, pero a mí no me importaba, estaba demasiado ocupado extasiado con la visión del que iba a ser mi mundo a partir de entonces. Después de diecisiete años rodeado de paredes blancas, aquel espectáculo me dejó sin aliento. Es difícil describir el caos de nubarrones y niebla en el que nos adentramos y la violencia de los torbellinos que se abrieron a nuestro paso. La nave perforó la capa exterior como una bala atraviesa la carne humana, dio un bandazo y descendió bruscamente, presentando su vientre metálico a las tormentas incandescentes. Tras los cristales, el mundo se pobló de capas y capas de nubes en llamas. Luego llegó la visión de superficie.

Desde el cielo, el desguace parece una inmensa ciudad encantada, poblada de torretas y lagos multicolores. Lo primero que vi entre las nubes tóxicas de baja altitud, fueron cinco navesmadre, elevándose en el centro del desguace como cinco rascacielos oxidados, tan enormes como las navesmadre originales que nos trajeron desde el Sistema Solar al Sistema Aurora hace tres siglos. A su alrededor se derramaban cientos de naves varadas, algunas tumbadas en el suelo, otras alzándose en vertical, con la misma dignidad y solemnidad con que lo hicieron en el momento de su botadura. Charcos de combustible salpicaban las amplias avenidas alrededor de la cuales se disponen los enormes bajeles estelares. Vi naves que no eran más que ramilletes de acero retorcido, víctimas de explosiones internas tan atroces que las habían convertido en flores deformes; otras yacían desparramadas en el suelo, sus distintos módulos separados unos de otros, como segmentos de un insecto mutilado...

Sí, lo recuerdo como si fuera ayer: los bandazos de la nave mientras se aproximaba a la zona de aterrizaje, una minúscula plataforma anexa al domo de habitabilidad, del que surgían como tentáculos los túneles de seguridad; el vuelo de cientos de androides, atareados todos en tareas de desguace, volando de nave en nave como insectos frenéticos; las tormentas, los remolinos fosforescentes, la lluvia ácida zarandeada por rachas de viento huracanado... Yo observaba todo atónito, pegado a la ventanilla para no perderme nada. El paisaje era espeluznante, sobrecogedor.

Y de pronto, vi algo tan fuera de lugar en aquel caos de tecnología arruinada y naturaleza desatada, que creí estar soñando: varias naves estaban cubiertas de pinturas rupestres. Pestañeé varias veces, incrédulo, convencido de que aquello no era más que un fenómeno óptico o un espejismo provocado por el cansancio del viaje. Pero allí seguían. Ilógicas, fuera de lugar, tremendas, maravillosas, enloquecedoras, gigantescas representaciones que imitaban a las que una vez cubrieron las cuevas donde moró la primitiva humanidad, allá en la lejana Tierra. Aquellas figuras parecían moverse bajo las luces inquietas del cielo.

Mientras la nave desplegaba los campos de contención para aterrizar en la plataforma de anclaje, yo observaba absorto aquella sucesión de gigantescos bisontes y antílopes asediados por rudimentarias figuras humanas, pintados con tonos ocres sobre el fuselaje de las naves. Durante todas las maniobras finales de aterrizaje, mantuve la vista fija en el gran uro que coronaba la cúspide de la nave “Promesa de Medianoche”. Sus cuernos retorcidos eran tan largos como la mitad de su cuerpo. Estaba embistiendo a varios hombrecillos que le hacían frente armados con largas lanzas. Un relámpago tremoló en las alturas y por un segundo, a su luz movediza, pareció que el uro daba un violento tirón hacia delante, como si intentara escapar del fuselaje de la nave donde estaba atrapado.

Sunday, December 03, 2006

El cementerio de "La niña muerta"

Este es el cementerio en el que me inspiré para escribir “La niña muerta”. Se llama Santa Isabel y está muy cerca de mi casa. Desde pequeño me pareció un lugar mágico, algo tenebroso quizá, pero todos los buenos lugares mágicos tienen que tener una parte oscura. Una de las cosas que más me atraen de este lugar es que, a pesar de estar en medio de la ciudad, uno se siente lejos de todo cuando pasea por él. Todo se borra y se diluye. Es otro mundo. Tiempo lento, melancolía y esas cosas.

Unos meses después de escribir “La niña muerta” paseando por la calle junto al cementerio vi dos grandes pares de alas blancas más allá del muro. Unas sobre un ciprés y las otras en lo alto de uno de los mausoleos. No eran ángeles, por supuesto, eran cigüeñas, pero por un momento me dejé engañar.














Saturday, September 30, 2006

Poesías Verdemar

En el colegio Verdemar de Santander me obsequiaron con un magnífico libro de poesías escritas por los propios alumnos. En ese colegio —y es una práctica admirable— cada año editan un libro que recoge una poesía de cada alumno; un modo magnífico de meterlos de lleno en el mundo de la literatura, aunque solo sea por una vez.


El ejemplar que me regalaron es una selección de poesías de varios años. La edición es preciosa: tapa dura y magníficamente ilustrada. Pero como suele pasar en la mayoría de los libros, lo importante es la letra impresa. He seleccionado los poemas que más me gustan. Atentos sobre todo al último. Yo de mayor quiero escribir poesías como las de estos muchachos.


Estas noches mágicas

envueltas en rugidos de olas

alientos marinos

que en la noche desembocan

pasan las horas mientras

el mar teñido abandona

la blanquecina espuma

sobre la aserrinada zona

con suave olor salino

flotando en ambiente de aurora

entre árboles algodonosos

se esconde la luna orgullosa.

Esther 14 años

Si un sueño quieres cumplir

esta pócima tienes que hervir

vierte el vuelo de una paloma

lápiz, bolígrafo y goma

el canto de una perdíz

y un sauce llorón feliz.

Ojos de un ciego que vea

boca de un mudo que hable

oídos de un sordo que oiga

y sueños de un joven amable.

Belleza de una sirena

y una serrana morena

mezclada con la sonrisa

arrancada muy deprisa

de una hermosa pitonisa.

Piensa en el sueño que quieras cumplir

y ponlo dos horas a hervir.

te lo tomas calentito

y con ganas de vivir.

Laura 11 años.

Simple, blanca, limpia

de recuerdos.

Lo ve todo,

no recuerda nada.

Pura, cambiante, fresca

amargura.

Triste en las noches,

que no brilla la luna.

Blanda, dura, fría

alegría.

Desapareces

si la luz te mira.

Luna 11 años.

Por el agua clara,

por la blanca espuma,

gaviotas y peces

le hacen compañía.

Pablo 8 años

Una casa

lloraba

porque llovía.

Claudia 3 años

Tuesday, June 13, 2006

La casa de la Colina Negra


En la piscina había un tiburón blanco.
Había aparecido poco antes del amanecer, cuando todos los de la casa dormían. Primero el agua se agitó y burbujeó, como si se hubiese puesto a hervir; luego las burbujas se fueron uniendo unas con otras, dibujando la tosca figura de un pez enorme.







No sabía muy bien por qué, pero Víctor tenía la sensación de que al tiburón no le importaba estar en una piscina tan pequeña. Era feliz allí.





Era un hombre pálido, translucido. Medía casi dos metros de alto y la expresión en su rostro era la de alguien completamente desorientado.
-¿Puedo preguntarte algo?
Su voz recordaba al sonido de arena cayendo sobre arena.






En la cima de la colina, la casa meditaba sobre lo ocurrido. Sus pensamientos no se producían en un lugar concreto. No había un cerebro que les diera forma, así como no había un corazón que le diera vida. Pero, aún así, pensaba. Aún así, vivía.




Había tenido muchos dueños a lo largo de los siglos. Magos y brujas; fantasmas y monstruos... Las criaturas más inverosímiles habían habitado en su interior.







Ni el pasillo ni la disposición de la casa eran iguales a como las recordaba de la noche anterior. Hasta el papel de las paredes había cambiado. El día antes, el pasillo zigzagueaba y giraba en múltiples curvas mientras que hoy era un camino recto.




-La casa está muerta -dijo la anciana, limpiándose las manos llenas de hollín y polvo en la falda.




–Déjala en paz –ordenó la anciana. A continuación se dirigió al espíritu–. Eres un fantasma, Paula. Y no puedes morir, sólo desvanecerte en el olvido, perderte en la nada. Quizá eso sea un descanso para ti, pero no lo pienso permitir –metió una mano en un bolsillo de su falda y sacó una botella de cristal tallado–. Dispones de cierta información que nuestro amo quiere que compartas con él. Por las buenas o por las malas.

Un fuerte crujido a su espalda asustó a Paula más de lo que ya estaba. Miró hacia atrás y vio la puerta de uno de los armarios de la segunda planta, alzándose en el aire. Estaba rodeaba de llamas, pero no se consumía.


De repente un sin fin de manos invisibles atraparon a Paula por las piernas y tiraron de ella hacia el ánfora del Inframundo. Al mismo tiempo, una corriente de aire la empujó hacia la puerta abierta. El fantasma sentía cómo su ser se deformaba y estiraba, un extremo hacia la botella, el otro hacia la puerta envuelta en llamas.

Dibujos de Carolina, Miguel, Diego, Adrián, Eduardo y Javier de 6º de primaria del colegio Atalaya de Santander.


Friday, May 12, 2006

Perseguir un sueño -Reader's cut-

“Perseguir un sueño” fue uno de los relatos que leyeron en el colegio Antonio Robinet en Vioño, Santander. Por muchos motivos es uno de mis cuentos favoritos. Lo escribí de madrugada, en un arrebato que me hizo levantarme de la cama para poner por escrito la idea que se me acababa de ocurrir. Fue un chispazo de pura inspiración.

Después de la charla que les di, uno de los chavales me preguntó si yo creía que el final de este relato era alegre o triste. Como todo, es cuestión de perspectiva. Y como cada uno tiene la suya, yo, al menos aquí, me guardo la mía.

A una de las profesoras del Robinet el final de la historia no le terminó de convencer, quizá por la ambigüedad, quizá porque para ella era un final demasiado triste que no encajaba con el típico “cuento de hadas”. No importa. La cuestión es que como ejercicio de clase propuso a los alumnos de 1º de la E.S.O. rescribir el final del cuento.

Y yo encantado cuando me enteré, por supuesto. Creo que se me notó tanto que por eso me dieron todos los finales alterados de las historias. Y además permiso para publicarlos en este blog.

Aquí están. Yo ya me callo -pero antes tengo que dar las gracias a todos los chavales que aparecen aquí debajo, añadiendo nuevas palabras a mi persecución de sueños-:


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La muerte le preguntó si había cumplido todos sus objetivos.
Entonces, al decir Sarleff que no, le dio pena y le dejó vivir hasta que encontrara a Aura. Pero no lo conseguía. Hasta que le llegó la muerte a Korockandell y éste falleció. Entonces el maleficio se rompió y Sarleff y Aura se encontraron, y ambos supieron que era la persona a la que buscaban. Pero llegó la muerte. Le pidieron que les dejara recuperar su juventud porque se les había pasado sin poder aprovecharla.
Y a la muerte le dio pena, concediéndoles así un año más de vida.

Ernesto
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Ellos se encontraron y vivieron felices. Se casaron y tuvieron dos hijos. Pero el mago siguió apareciéndose a los hijos y llevándoselos por el mal camino, porque el mago quería hacer sufrir a los padres de los dos niños. A ellos también los odiaba mucho.

Mayra Alejandra
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…Y Aura, antes de morir, le dijo a su amado: “no te preocupes, te seguiré queriendo igual y te protegeré”. Y dijo su amado: “gracias por estas últimas palabras, Aura”. Y de repente unos malvados vinieron corriendo y querían cogerla y su amado dijo: “no la toquéis, que no se va a ir de mi lado”, y los hombres se la llevaron y su amado no supo nunca más de ella.

Verónica
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Y entonces, después de unos cuantos segundos, se fueron donde los muertos y vivieron felices.

Andrés
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Se encontraron y se pusieron muy felices. Vivieron felices y como era más grande el amor que el odio, ganaron la batalla.
Roxana
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Cuando Aura vio a su amado tirado en el suelo no supo como reaccionar y sintió como la muerte se acercaba tras su espalda, pero ella resistió y no murió, ella siguió viviendo sabiendo ahora que su amado estaba muerto.

Paula
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Korockandell se había enamorado de Aura, y como era mago hizo morir a Sarleff pero a Aura no. Sólo la durmió para que creyera que se había muerto con su amado y al final se quedaron los dos juntos.

Laura
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Al golpe de esa palmada, las almas de los dos amantes viajaron juntos hacia un mundo al que nunca habían ido. Pero en el camino se les apareció el malvado mago que intentó separarlos, pero no lo consiguió.
Al final, Sarleff y Aura llegaron a su destino: un mundo lleno de rosas rojas, amarillas, azules, rosas… Allí vivieron juntos hasta el fin de los tiempos, amándose sin que nadie, ni siquiera Korockandell pudiera molestarles.
Pues habían creado una barrera con su propio amor.

Laura de Juana
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Ellos dos se encontraron después de tantos años y pudieron vivir en paz en un castillo. Finalmente se casaron, lo que no pudieron hacer en su juventud.
El malvado Korockandell se murió y no pudo ver como se casaron.

Arancha
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Korockandell entró y les observó. Se levantaron y él les mató a los dos y en el mundo de los muertos se vieron y siguieron felices toda la eternidad.

David
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Y entonces, cuando Korockandell dio una palmada y desapareció, ellos dos, Sarleff y Aura, murieron y fueron al Mundo de los Muertos donde se enamoraron y vivieron para siempre.

Borja
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Al esfumarse Korockandell, Aura y Sarleff fueron al mundo de los muertos y vivieron allí su segunda vida. Habían ganado y estaban juntos y felices como anhelaban desde hacía tiempo.

Macarena
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Pero mientras estaba dando la palmada ocurrió algo terrible. Los poderes le fallaron y en vez de irse a su castillo a reírse, tuvo una visión de los dos que había matado y le dio tanta pena verlos muertos que decidió resucitarlos y todos vivieron felices.

Miriam
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El mago Korockandell tuvo piedad y les dejó que se casaran.
Tras unos años el mago se arrepintió y cuando estaban dando un paseo la muerte se los llevó y estuvieron en el cielo juntos, con sus padres y familias.

Ángel Jesús
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Korockandell sonrió y cuando iba a dar una palmada para desaparecer, Aura y Sarleff sacaron una espada mágica con la que mataron a Korockandell. Con su muerte se hicieron jóvenes y vivieron muchos años juntos.

Pablo Muñoz
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Al morir fueron al mundo de los muertos y allí se encontraron. Pero al morir el príncipe, el mago se autoproclamó rey, pero lo que el mago no sabía era que ese hechizo tenía una virtud y era que si se encontraban, daba igual que estuvieran vivos o muertos, podrían recuperar su juventud y deberían vivir juntos hasta la muerte. Entonces al volver el príncipe y Aura de entre los muertos, el mago dejó de ser rey y el príncipe mandó matar al mago.
Lo mataron y Aura y el príncipe vivieron juntos hasta la muerte.

Cristian
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"Vengo a contemplar mi triunfo" explicó llanamente el mago.
Pero Aura, a pesar de no tener alma, se abalanzó sobre él y clavándole una daga el mago se desplomó, haciéndose un montón de polvo.
De repente Sarleff abrió los ojos como si solo estuviera desmayado. Aura, debilitada por el gran esfuerzo cayó rendida. Cuando despertó estaba con su gran amor en una cabaña en el pueblo.

Daniel
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El mago Korockandell fue al mundo desaparecido, y Aura y Sarleff estaban allí, esperándole.
−¿Qué ha pasado? ¡Pero si habían muerto! No pueden estar aquí −dijo el mago Korockandell. Pero resultó que sólo era un espejismo por el arrepentimiento que le causaba haber matado a Aura y a Sarleff. Volvió al sitio donde les mató y les devolvió la vida y el mago Korockandell dio una palmada y desapareció.
No se volvió a saber nada más de él.

Sara
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Cuando Sarleff cabalgaba en busca de Aura, observó a una anciana durmiendo en la hojarasca. Sarleff dedujo que era su amada. Se bajó del caballo, y a pesar de su vejez corrió hacia ella, pero fue cuando apareció la muerte afilando su guadaña y cuando se acercaba hacia Sarleff apareció Korockandell, entonces fue cuando la muerte le dijo:
−A ti te estaba buscando, viejo mago.
Y el mago dijo:
−¿Por qué?
Y le respondió la muerte:
−Es tu hora, mago.
La muerte se acercó y de un ligero golpe saco el alma del mago, después le dijo a Sarleff:
−Ahora es la tuya, Sarleff
Pero Aura, que se había despertado dijo:
−Si le vas a llevar el alma, llévate la mía también.
La muerte dijo:
−Si es lo que quieres…
Los amados se dieron la mano y la muerte les sacó a ambos el alma de un pequeño golpe.
Y Sarleff y Aura vivieron felices en el otro mundo aprovechando el tiempo perdido.

Guillermo García
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Aura y el señor Sarleff fueron al mundo de los muertos, pero el señor Korockandell se había equivocado porque estaba enamorado de Aura. El señor Sarleff utilizó su magia para poder resucitar y volver al mundo de los vivos.
Aura y Sarleff querían acabar con Korockandell, pero Korockandell quería acabar con Sarleff para hacerse con Aura. Sarleff ya sabía que Korockandell amaba a la señorita Aura, así que entre el señor Sarleff y Aura iban a acabar con Korockandell. Tenían que juntar su magia o su poder para matarle.
El día llegó y Aura y el señor Sarleff juntaron sus fuerzas, pero Korockandell tenía también poder y magia suficiente para matarles de nuevo. Pero la suerte no estuvo del lado de Korockandell ya que quisieron matarle y lo mataron.
Aura y Sarleff a partir de ese día vivieron felices para siempre sin el malvado Korockandell.

Guillermo de la Vega
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Cuando se fueron al mundo de los muertos ellos estaban juntos, que era lo que querían, pero echaban de menos a sus familiares, pero sabían que ya no les iba a hacer nadie más daño.
Siempre estuvieron juntos.

Teresa
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Pero entonces el viejo mago oscuro Korockandell se fue a su guarida y allí se le apareció la muerte que le dijo: “Tu hora ya ha llegado” y entonces la muerte le arrebató la vida, pero antes recordó las palabras de Aura y dijo:
-Han ganado.

Carla
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Dando la palmada lo hizo desaparecer y Aura con Sarleff volvieron a su mundo anterior donde ya no había nadie. Pasaron todo el tiempo juntos y sin preocupaciones. Y así estuvieron hasta el fin de sus días.

Pablo Álvarez
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Pero de repente el mago Korockandell perdió toda su magia, que pasó a Aura y a Sarleff y resucitaron y se volvieron muy jóvenes y el mago Korockandell muy viejo y seco y solo. Pero Aura y Sarleff le dijeron que podía quedarse con ellos si ayudaba en las tareas, y dijo que sí, pero de repente se convirtió en cenizas.
Y los dos jóvenes vivieron felices y tuvieron un niño y una niña que se llamaron Aura y Sarleff.

Raúl
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Cuando Sarleff estaba tirado en el suelo y Aura le vio, le abrazó. La muerte al verla tan feliz de estar con Sarleff, pero triste porque se estaba muriendo les dejó vivir felices y tranquilos con su amor.

Cintia
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Y no volvió hasta que dio otra palmada y todo volvió a la normalidad. Al final quedaron todos tranquilos y así acaba la historia con el mago.

Laurentiu
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Sonrió y dando una palmada despareció.
El mago les concedió otro año y la pareja estuvo un año feliz. Después de pasar ese año el mago volvió a verles para realizar el conjuro. Visto que Aura y Sarleff habían sido buenos, el mago Korockandell decidió llevárselos al castillo y dio una palmada y desaparecieron.

Jairo
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Cuando el mago dio la palmada se despertó Sarleff, encima de una cama sorprendido de la casa donde estaba. De repente se encontró con Aura. Resultó que todo había sido un sueño y que los dos amantes eran marido y mujer.

Macarena Flor
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Saturday, May 06, 2006

Perseguir un sueño -Ilustrado-



Cuentan los que cuentan cuentos que hace más que mucho tiempo hubo, a este lado de los sueños, un príncipe encantado llamado Sarleff el errante. Fue Korockandell, el brujo negro, quien sin motivo –pues los seres realmente malvados no necesitan motivos para hacer el mal– se presentó en la corte donde el noble príncipe Sarleff aprendía el difícil arte de ser soberano.







Allí el hechicero enarboló su cayado de madera negra y maldijo al príncipe por el mero placer de hacerlo:


lo condenó a no dejar de vagar nunca por el mundo hasta que encontrara a su verdadero y único amor, prohibiéndole detenerse más de un día en un mismo lugar y dormir dos veces bajo un mismo techo. No debía parar en su búsqueda hasta que encontrara a la única mujer del mundo que estaba destinada a él como él estaba destinado a ella, pues el amor de los hombres, como el camino de las estrellas, está escrito en los cielos.

Y el príncipe ensilló su mejor caballo, vistió sus mejores galas y se puso en marcha pensando: "Extraña maldición es ésta que me condena a buscar la mejor recompensa que anhelar pudiera."

Pero la maldad del mago oscuro era mucho más retorcida de lo que nadie podía pensar. Leyendo las marcas en el cielo encontró a la mujer que estaba destinada a ser el único amor del príncipe. Se llamaba Aura y su belleza y su porte sólo rivalizaban con su fuerza e inteligencia. Y sin ningún motivo –por lo que ya he señalado antes– maldijo también a la mujer a vagar por la tierra hasta que encontrara a su único y verdadero amor –que era, claro está, el príncipe Sarleff–, y de tal forma lanzó su maldición que pasara lo que pasara siempre iba a separar una jornada de viaje a ambos amantes, de tal forma lo hizo que ella siempre estaría

a su espalda y él siempre delante, buscando Aura un día después de donde Sarleff buscara, persiguiéndose sin nunca encontrarse porque ésa era la verdadera maldición de Korockandell, porque ése era el verdadero alcance de su maldad.



Durante cincuenta años se buscaron por las tierras de los sueños. Atravesaron uno

en pos del otro todos los caminos –y son muchos– que llenan los mundos –que son más–, atravesaron lugares que no aparecían en ningún mapa y descubrieron mapas de lugares que no existían. Bajaron y subieron cientos de montañas y vadearon todos los ríos que encontraron en su camino. Y siempre permanecía igual la distancia que los separaba, siempre un día entre Aura y Sarleff. No importaba lo que el uno avanzara pues la otra avanzaba lo mismo tras él. Llegaron hasta el confín del mundo y hasta el confín de los confines. Durante cincuenta años buscó Sarleff el errante sin saber que el objetivo de su búsqueda iba tras él.



Vivieron más aventuras de las que mil libros podrían narrar y, aunque siempre salieron triunfantes, el no encontrarse los desesperaba y enloquecía. Durante cincuenta años recorrieron tierras de ensueño y pesadilla, durante cincuenta años, con la única fuerza y guía de su amor, se buscaron inútilmente ante el regocijo de Korockandell que, desde su negra guarida, contemplaba los frutos de su maldad.




Y finalmente no fue Aura la dama que dio con Sarleff sino otra mucho más pálida y escuálida; la vieja muerte le dio alcance en un cruce de caminos y le hizo detenerse pues había venido a llevarse su alma. El anciano príncipe errante la vio acercarse y, conteniendo un suspiro, descabalgó de su

caballo.

La parca, antes de hundir el filo de su guadaña en la luz de plata que era el alma del príncipe, le preguntó:

"¿Has cumplido tus objetivos?"

"Perseguí el amor durante toda mi vida y no lo supe o no lo pude hallar. No, no he cumplido mi objetivo pero muero feliz porque estoy seguro de que hay vidas peores que perseguir un sueño"

"Las hay" replicó la muerte. Y se lo llevó.











Aura por fin encontró a su amado, lo halló muerto en la encrucijada y, aunque nunca lo había visto, supo con la misma certeza con la que pisaba su sombra, que ese anciano muerto era a quien tanto había buscado. Fue tal la impresión de hallarlo que su corazón dio un vuelco y sucumbió. Quedó Aura postrada en el suelo de tierra de la encrucijada, sintiendo como la vida se le iba escapando con cada latido de su corazón.


Tuvo fuerzas aun para arrastrarse hasta el cadáver de Sarleff y tomarle entre sus brazos, mecerlo como a un niño y depositar un suave beso sobre su pálida frente.


Fue entonces cuando Aura sintió unos pasos a su espalda y girándose, convencida de que era la muerte la que se aproximaba, se encontró con la maléfica silueta de Korockandell que, con los brazos cruzados, los observaba.

"Vengo a contemplar mi triunfo" explicó llanamente el mago.

Aura le respondió con una alegre carcajada.

"¡Tu triunfo, débil y patética criatura! ¿Qué triunfo vienes a contemplar aquí sino es el nuestro? ¿Qué amor en este u otro mundo podrá soñar nunca con superarnos, corazón negro, a nosotros que, sin habernos conocido, nos hemos perseguido y amado hasta la misma muerte? ¿Donde está tu victoria, engendro?"

Y Aura murió abrazada al cuerpo de su amado, con la sonrisa de la victoria llenando de juventud y fuerza su ajado rostro.

Y Korockandell el oscuro sin arrepentirse de nada

–pues los verdaderamente malvados no tienen conciencia y aunque quisieran arrepentirse no pueden– sonrió y, dando una palmada, desapareció.





Relato ilustrado por Manuel, Elena, Fernando, J.Manuel, Manuel l.,Alberto, Paula, Paula Ruiz de 6º de primaria del colegio Atalaya de Santander.

Wednesday, May 03, 2006

Vademécum

Del lat. vade, anda, ven, y mecum, conmigo.

1. m. Libro de poco volumen y de fácil manejo para consulta inmediata de nociones o informaciones fundamentales.

2. Cartapacio en que los niños llevaban sus libros y papeles a la escuela.