Tuesday, June 13, 2006

La casa de la Colina Negra


En la piscina había un tiburón blanco.
Había aparecido poco antes del amanecer, cuando todos los de la casa dormían. Primero el agua se agitó y burbujeó, como si se hubiese puesto a hervir; luego las burbujas se fueron uniendo unas con otras, dibujando la tosca figura de un pez enorme.







No sabía muy bien por qué, pero Víctor tenía la sensación de que al tiburón no le importaba estar en una piscina tan pequeña. Era feliz allí.





Era un hombre pálido, translucido. Medía casi dos metros de alto y la expresión en su rostro era la de alguien completamente desorientado.
-¿Puedo preguntarte algo?
Su voz recordaba al sonido de arena cayendo sobre arena.






En la cima de la colina, la casa meditaba sobre lo ocurrido. Sus pensamientos no se producían en un lugar concreto. No había un cerebro que les diera forma, así como no había un corazón que le diera vida. Pero, aún así, pensaba. Aún así, vivía.




Había tenido muchos dueños a lo largo de los siglos. Magos y brujas; fantasmas y monstruos... Las criaturas más inverosímiles habían habitado en su interior.







Ni el pasillo ni la disposición de la casa eran iguales a como las recordaba de la noche anterior. Hasta el papel de las paredes había cambiado. El día antes, el pasillo zigzagueaba y giraba en múltiples curvas mientras que hoy era un camino recto.




-La casa está muerta -dijo la anciana, limpiándose las manos llenas de hollín y polvo en la falda.




–Déjala en paz –ordenó la anciana. A continuación se dirigió al espíritu–. Eres un fantasma, Paula. Y no puedes morir, sólo desvanecerte en el olvido, perderte en la nada. Quizá eso sea un descanso para ti, pero no lo pienso permitir –metió una mano en un bolsillo de su falda y sacó una botella de cristal tallado–. Dispones de cierta información que nuestro amo quiere que compartas con él. Por las buenas o por las malas.

Un fuerte crujido a su espalda asustó a Paula más de lo que ya estaba. Miró hacia atrás y vio la puerta de uno de los armarios de la segunda planta, alzándose en el aire. Estaba rodeaba de llamas, pero no se consumía.


De repente un sin fin de manos invisibles atraparon a Paula por las piernas y tiraron de ella hacia el ánfora del Inframundo. Al mismo tiempo, una corriente de aire la empujó hacia la puerta abierta. El fantasma sentía cómo su ser se deformaba y estiraba, un extremo hacia la botella, el otro hacia la puerta envuelta en llamas.

Dibujos de Carolina, Miguel, Diego, Adrián, Eduardo y Javier de 6º de primaria del colegio Atalaya de Santander.